Marcelo, que había superado su depresión y ahora se mostraba en la vida de nuevo, era el único que estaba en la casa de Gitano cuando llegamos. Ambos me preguntaron por Tobías, persona a quien, con un toque gracioso, preferí no remitirme para no insultarlo.

Nos sentamos en la mesa a planificar cómo íbamos a encontrar cigarrillos sin necesidad de construir un arca y recolectar animales en pares, cuando en eso mi celular suena con el ring-tone que tiene Tobías.

Los cuatro participantes de la velada me lanzaron una mirada aterrorizada, al ver mi reacción.

- Si me llega a decir que vaya a buscarlo, va a terminar en la misma lista que Lucas, Rodrigo y otros cuantos personajes - advertí a todos.

Se lo dije también a él al teléfono, sumamente molesto.

- No es para mí, tienes que ir a buscarla a Ana - me respondió.

De pronto sentí como un vidrio dentro mío se rompía y mi rostro perdió absolutamente control de mi cordura.

- ¿Perdón? - pregunté. - ¿Ustedes dos piensan que yo estoy a merced de sus idioteces?

- Eh - se ofendió. - Yo no soy idiota. Ella es la que se decidió recién.

- ¿Y no le dijiste que me avisara para las 21 como habíamos quedado? - pregunté, indignado.

- Le dije, pero se decidió ahora - me gritó. - Le dije a ella que te mande un mensaje, así que si no te avisó, has de cuenta que nunca tuvimos esta charla.

Esas palabras no fueron acertadas.

Empezó a decirme cosas al teléfono, mientras yo lo apartaba de mi oreja, mientras que los restantes estaban atónitos sin querer pestañear.

- Bueno, yo veo qué hago - respondí, y corté.

Decir que estaba lleno de ira, era poco. Si decía que "no", iba a quedar mal con él, mal con ella y mal con toda la fiesta porque impedía que la feliz pareja se reencuentre. ¿Qué clase de persona abusa de tu lealtad para ponerte en esa clase de situaciones, más sabiendo que era un tema delicado en el vínculo y algo que juramos que nunca iba a interferir?