54. El Sueño  

Publicado por Oliver Luk


Era uno de esos típicos lugares comunes a los que recurría mi imaginación cuando la realidad me saturaba. Ahí estaba Tobías, de pie, observándome con una risa devenida a mueca.

Caminé hacia él sin el típico movimiento romántico. Aquella sensación era diferente. Ya no sentía ese deseo innato que me provocaba hasta hace unos días. Ya no me servía tanta perfección.

Tobías buscó en mi mirada una cuota de algo de lo que antes poseía, pero sólo me encontró con los ojos empapados en melancolía. Como si fuera el recuerdo de un ser que llora a un muerto.

Entonces lo supo.

- Sabes que me tengo que ir, ¿verdad? - preguntó.

Asentí con la cabeza mientras me invadieron unas lágrimas que no pude controlar. Lloré desconsoladamente hasta quedarme sin aliento, hasta sentir que me ahogaba. Lloré de pie, pero no hice ningún esfuerzo por abrazarlo.

- Y así está bien - dije, con la voz entrecortada. - Sólo que te voy a extrañar.

Apoyó una mano en mi hombro, como si consiguiera darme aliento de esa manera.

- Lo sé, pero sabes que no te sirvo más - respondió. - Ahora está él.

Me giré y descubrí al otro Tobías, a mi amigo real, al amargado y cínico que tenía un muro de ladrillos con tal de no permitir que lo conozcan. Al que comete errores, al que no es perfecto, al verdadero Tobías.

El verdadero Tobías lanzó una mirada confundida, como si no entrara en su capacidad entender cómo yo podía estar hablando con una persona exactamente igual a él, pero que no era él.

- Sabes que él es mejor, ¿no? - preguntó. - Ahora puedes estar seguro.

- ¿Y si alguna vez vuelvo a necesitarte? - pregunté, algo desesperado por la trágica despedida.

- ¿Por qué habrías de hacerlo? - volvió a preguntar, como si hubiera dicho algo totalmente descabellado.

No supe encontrar la respuesta. Quise inventar algún motivo, pero de repente mi mente se encontró sin razones para volverlo a ver.

- Sabes que me tienes que dejar ir - insistió.

- Te agradezco todo lo que hiciste por mí - respondí. - Pensé que ibas a acompañarme el resto de mi vida.

- ¿No te sientes un poco más aliviado? - preguntó.

- A veces tengo miedo de confundirte - me sinceré. - Creer que sigues viéndome a través de él.

- La persona que queda te ve mejor de lo que yo alguna vez te vi - me contestó. - Yo siempre te vi solamente como un masoquista egoísta.

- Ah, bueno - exclamé, enojado. - Ah, bueno. ¿Yo egoísta?

- ¡Y sí! - me gritó, el desubicado. - Si sólo me hablabas cuando me necesitabas. Después venía este y te olvidabas de mí completamente.

- No me puedes tratar de egoísta - resongé. - ¡Yo te di la vida! ¡Yo te creé! ¡Y ahora eres tú el que me abandona!

- ¡No te abandono! - me gritó. - ¡Eres tú el que ya no me necesita! ¿Tanto te cuesta darte cuenta de eso?

Mis ojos nuevamente se llenaron de lágrimas y dejaron la divertida batalla contra esa figura imaginaria.

- ¿Tanto te cuesta aceptar que ya dejé de hacerte bien? - me preguntó.

- Jamás me imaginé que... - quise decir, apenas pudiendo hablar. - Jamás me imaginé que el Tobías real te desplazaría. Jamás imaginé que aprobaría todas las pruebas. Siendo honesto, no le tenía fe para nada.

El Tobías imaginario rió por mi comentario, agradeciendo el toque de comedia ante todo el drama.

- ¿Y si te dejo partir y luego este Tobías se va? - pregunté, algo aterrorizado.

- Si creyeras eso, no me estarías dejando partir - respondió.

Maldito Alter Ego. Tenía una respuesta para todo.

- Creía que sólo tú ibas a tener paciencia para soportarme cuando entro en crisis - acoté. - Lo cual es una vez cada día por medio.

- Escucha, Oliver - me dijo. - Analízalo bien. ¿Por qué empezaste a escribir de nuevo? ¿Por qué, si llevas más de un año imaginándome, nunca tuviste la necesidad de escribir sino hasta ahora?

- Porque siempre que comienzo a escribir es porque sé que voy a perder a alguien - respondí, malhumorado.

- Y eso es cierto - contestó. - Creíste que perderías a tu mejor amigo, pero no era por él por quien atravesaste todo este periodo de duelo. Fue por mí.

- Esto es como la vuelta de tuerca de un libro depresivo, de esos que no se esperan nada y terminan sorprendiendo - dije, pensando en la metáfora. - Voy a extrañarte. De verdad. Todo este tiempo que estuviste conmigo, me dio tantas fuerzas para mantenerme en pie. Para correr cuando no podía caminar. Para soportar la pérdida de Ana, de Leo, de mi perro o de Rodrigo. Para todo ese dolor insensante, sabía que siempre que venía a este lugar iba a encontrarte y me iba a sentir mejor.

Tobías agradeció el gesto, dándose cuenta que sólo estaba retrasando lo inevitable.

Sabía que tenía que hacerlo, pero me encantaría tener un método para congelar el tiempo en ese momento y en ese lugar. El sitio donde tan cómodo me sentí cuando todo era inestable afuera.

- ¿Crees que me perdone? - pregunté, mirando al piso. - Por haberle mentido todo este tiempo.

Tobías se encogió en hombros, lanzando la típica mueca de que no le importaba.

- Yo luzco como él, pero no soy él - respondió, el muy descerebrado. - Eso es algo que sólo él sabrá decírtelo.

No me atrevía a levantar la mirada hacia el Tobías real, hacia mi amigo. Quise creer que estaría observando aquella situación sin entender absolutamente nada y sin animarse a interceder.

- Fue divertido de todos modos - respondí. - El misterio. El drama. Lo volvería a hacer, posiblemente.

- Déjame ir, Olvier - me pidió.

- Pero es que quedan tantas cosas para contarte...

- Déjame ir, Oliver - insistió.

- Escucha, tal vez no es necesario que te marches - intenté negociar. - Tal vez puedas seguir dándote una vuelta de vez en cuando. Tal vez...

- Déjame ir, Oliver.

Derramé un par de lágrimas más y no pude seguir hablando. No tenía argumentos ni un discurso elaborado.

- Gracias por todo - dije, finalmente.

Tobías asintió y, por primera vez desde que lo conozco, se movió de ese rincón y me dio la espalda.

Me quedé inmovil, llorando, sintiendo como respirar me costaba horrores. Lo miraba descender mis escaleras como si fuera un acto que realizaba con frecuencia. Como si ya hubiera practicado su triunfal salida.

Me lanzó una última sonrisa y una mirada cargada de cariño que me volvió a derrumbar.

Luego se volvió a concentrar en el camino y se perdió haciéndose cada vez más transparente, como si fuera un espíritu que había encontrado la luz y ahora finalmente podría encontrar un poco de paz.

Yo intenté volver a imaginar que se encontraba ahí, pero de todos modos su rostro sólo se volvía cada vez más y más invisible, difuso, como una neblina débil que se disipa con el correr de los segundos.

Grité que no se marchara, le rogué entre lágrimas que volviera, pero en el fondo yo sabía que mi pedido era sólo un absurdo dolor por perder algo que nunca existió. Algo positivo, pero ya desgastante.

Lloré unos minutos más hasta que me armé de coraje y pude ver al Tobías real, a mi amigo, de pie a mi lado. Y pese a que pensé que me iba a costar horrores mirarlo a la cara, me llenó de una tranquilidad algo sorprendente.

- ¿Qué pasa? - preguntó, con un tono preocupado pocas veces utilizado en él.

Suspiré hondo y lancé una sonrisa.

- Una estupidez - respondí. - Ahora te cuento.

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